miércoles, 3 de marzo de 2010

LAS MANOS DE NIETZSCHE



Lo más aburrido de las biografías de Nietzsche es, o bien la insistencia en esa navidad de 1889 en que el filósofo se arrodilla ante el caballo de Turín para abrazarle sus patas, ante el castigo del cochero, o bien la miopía de quienes quieren vincularlo a la única dimensión de la conveniencia y el lucro ya sea por vía del fascismo extremo o del liberalismo glotón.
Seguramente Nietzsche no pensó ni una cosa ni la otra, nunca le pasó por la cabeza comenzar la ruta de la locura mostrando compasión por un animal fustigado, así como tampoco nunca consideró ser apoyo para quienes lo quieren todo para sí, ya sea de una forma estridente o atenuada.
Nietzsche soñó antes y más en ser un compositor de música, en ser un pianista que en ejercer la escritura y con ella una especie de prosa filosófica.
Tal vez seríamos capaces de entenderlo si pudiésemos captar que las más finas terminales nerviosas de su ser estaban en sus manos, y que éstas se adaptaban con muchísima más comodidad al piano que a la pluma y, además que el piano, desde el claroscuro de su teclado, es capaz de encerrar todos los matices de una vida y de una cultura destinada al ocaso, como si se tratara del claroscuro del que se sirven el tablero y las piezas del ajedrez, que libran una batalla milenaria y ancestral.
Con este claroscuro quisieron vérselas las finas y nerviosas manos de Nietzsche y, él mejor que nadie entendía, que esto podía hacerse con más eficiencia y soltura sobre el teclado del piano que sobre el papel y con la pluma, de modo que sus manos se sentían mejor allí, porque cuando no se está a gusto del todo con lo que se es o con lo que se logra, el piano resulta un instrumento de transfiguración íntima más eficiente que los de la escritura, en tanto los ideales que se expresan a través del piano pasan como el aire por el diapasón, como el lenguaje hablado por el oído, y no como los conceptos, los juicios y los silogismos por la razón; de modo que el piano es un artificio más noble como evaluador de las ideas.
¿Cómo serían las manos de Nietzsche?
Tal vez la única noticias sobre ello, como cabía esperar, viene por vía femenina, viene de una mujer, es Lou Andrea Salomé quien las menciona en su singular libro monográfico sobre aquél que a lo mejor deseo verla como a su amor; ella dice: sus manos eran incomparablemente bellas y finas.
Lo más probable es que esas manos nunca se posaran sobre ella, acaso fueron bellas y finas, para Salomé, por eso mismo, porque sólo las percibió como las manos que desean y no como las manos que consiguen, se adueñan y perpetran; aunque, sea por lo que fuere, hay que pensar que una descripción delicada y sensual como ésta de ella, (quien después llegará a ser el prototipo de feminidad para Rilke y para Freud), no es algo gratuito.
Puede suponerse, sin que parezca ilícito, que, de todo el cuerpo de Nietzsche, Lou Andrea Salomé haya escogido las manos porque no las vio sobre ella y sí las vio sobre el teclado del piano y, una vez allí, su especial percepción de mujer fue capaz de no dejar escapar el desempeño espiritual, la magnitud psíquica, la diestra elegancia de alguien a quien ella no se conformaba con identificar como un profesor simplón; esos desplazamientos sutiles sobre las teclas quizá le revelaron a alguien que era profesor sin el deseo de parecerlo, a alguien enterado de que el pensamiento es cuestión de oído, a un hombre que era una extraña clase de maestro en cierta dulzura que ella como mujer extrañaba y echaba de menos.
Lo cierto es que si algo hemos entendido de Nietzsche es su deseo de acercarse al hombre por la gravitación y las cadencias de su cuerpo, por la destreza de sus desplazamientos, por la capacidad de desmarcarse, y en fin, por su aptitud para bailar, como si el hombre fuese o debiese ser capaz de crear alguna suerte de paisaje o de paraíso, como el que surge al pulsar con destreza las teclas de un piano.
El cuerpo debe bailar como la música debe sonar, en un juego de tensión y sonido sostenidos y, en el que las manos tienen el privilegio, siendo parte del cuerpo, de ser, a la vez, las ejecutoras del sonido y la música.
El juego musical, cuyo trasfondo pudo ver su amiga Lou Andrea Salomé en la fina elegancia de sus manos, es una forma decisiva de la vida intelectual de Nietzsche, de suerte que la práctica del piano, la tensión nerviosa de sus dedos y la elegancia de su estilo son una forma de jugar, o bien de tocar, como se prefiera.
Rogelio Salazar de León, guatemalteco, autor de la novela sobre Nietzsche “Legajo anudado”, Premio Centroamericano de Novela "Mario Monteforte Toledo", 2006.

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